DEPORTES

El sillín de su triciclo obliga a poner pie en tierra a Iván Bragado en la novena etapa

Por Discamino.

DÍA DE GRANDES EMOCIONES
Después de dos noches fantásticas en Colunga, el despertador volvió a sonar a las 06:00 para desesperación de unos cuantos, no obstante, no hizo falta insistirle a nadie y a las 8 en punto abandonábamos el pabellón de deportes que tan amablemente nos cedió el ayuntamiento. Como ya hemos comentado en alguna ocasión, la elección del tramo de etapa depende de dos factores, el de la relación familiar de alguno de los participantes con algún tramo en concreto, o el de la especial relevancia del mismo. La jornada de hoy tenía una de lo uno y otra de lo otro. El primer factor era el paso por Celorio, localidad en la que la familia de Isa ha residido desde que ella y sus hermanas eran niñas. El segundo tenía que ver con que el final de la etapa estaba situado en Peña Cabarga y ya se sabe lo que nos tiran a nosotros los finales en alto. Una vez más, como sucedió en el caso de Iván, la decisión fue muy fácil. Siempre la familia antes que la vanidad de conquistar otra cima. Así pues, a las 08:00 salíamos en las furgonetas hacia Celorio y a las 08:50 subíamos a los triciclos en la rotonda de salida de la autovía. En ellos iban, además de Isabel y yo, Chema con David Gil, Carlos con Gerardo y Calis con Borja. A los pocos minutos veíamos, un poco más allá de la farmacia, un grupito de personas. La primera a la que distinguimos fue a Paula, nuestra anfitriona de Oviedo, hermana pequeña de Isa. A su lado estaba su madre con su pelito blanco. Sabíamos que el padre no iba a estar ya que, debido a su elevada edad y su gran emotividad no resultaba aconsejable que estuviera allí en el momento del paso de nuestra comitiva. Paramos, saludamos y fuimos saludados, besamos y fuimos besados y cuando estábamos a punto de partir, alguien le dijo a Isa que se girara y lanzara un beso hacia su padre que se mantenía apartado, como a unos 50 metros, camuflado detrás de una farola. Me giré y vi unas piernas asomar ligeramente por detrás de un poste. Recuerdo que le pregunté a Paula para asegurarme de haber entendido bien y al decirme ella que sí, giré el triciclo y me dirigí hacia aquel lugar. Lo que sucedió allí, lo que se dijeron y el modo en que lo hicieron, la forma en la que se miraron, las lágrimas que rodaron de aquellos ojos, la ternura que brotaba de aquel encuentro del cual tuve el inmenso e inmerecido privilegio de ser mudo testigo, es algo que no revelaré porque debe quedar únicamente para ellos dos, pero…… sólo por ellos, sólo por ese momento, merece la pena todo el esfuerzo que hemos hecho y que seguiremos haciendo hasta que este DisCamino-2016 llegue a Madrid.

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Cualquier cosa que pueda añadir después de esto estará condenada a resultar prosaica, pero es de bien nacidos ser agradecidos y estamos mucho más que muy agradecidos al Ayuntamiento de Corrales de Buelna en general y a su concejal de deportes, Javier Conde, en particular por su amabilidad al cedernos el pabellón polideportivo para que pasemos en él esta noche y por el cariñoso trato que nos ha dispensado. Un saludo afectuoso para este hermoso pueblo cántabro que precisamente está celebrando estos días su famosas fiestas de las Guerras Cántabras.
Un último detalle que debo añadir so pena de tener que sufrir la cólera se Gerardo: en medio de la etapa nos hemos cruzado con dos peregrinos a pie. Uno de ellos era un hombre de unos 60 años y caminaba delante de una chica que parecía no mirar a ninguna parte y caminar siguiendo el sonido de los dos bastones del hombre. Paramos casi a la vez, ellos al ver nuestro triciclo y nosotros por una extraña intuición de Calis que resultó ser cierta. Efectivamente era ciega. Se llamaba Gina, era de Alemania, pero venía de Irlanda que es donde está cursando estudios universitarios. El hombre, no recuerdo su nombre, era un voluntario de una asociación irlandesa que colabora con personas con necesidades especiales. La charla de Gerardo fue digna de ser grabada, pero… eso si, los besos no faltaron, faltaría más.

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